Son las 4 de la tarde del 4 de agosto de 1906 y es, sin duda, el peor momento para estar a bordo del Vapor italiano Sirio, en su travesía de Genova a Buenos Aires. Es un bello buque de ciento quince metros de eslora y un desplazamiento de más de siete mil toneladas, con dos chimeneas y tres mástiles. Somos ciento veintisiete tripulantes, viajan a bordo setecientos sesenta y cinco pasajeros y un número indeterminado de clandestinos recogidos en diferentes puntos de la costa, aproximadamente noventa y cuatro. Unas mil personas a bordo. Quizá muchos más.
Soy el Capitán Giuseppe Piccone, y llevo más de cuarenta años de servicio. Esta es mi última travesía. Conozco muy bien la zona, estamos en aguas de Cabo de Palos, aproximándonos a las Islas Hormigas. Es una zona muy peligrosa y de sobra señalada en todas las cartas náuticas. Navegamos a la velocidad de 15 nudos. Bajo un sol plomizo, con el mar totalmente en calma y una visibilidad perfecta, me retiro a descansar y dejo el buque al mando del tercero de a bordo.
Unas quinientas personas van a morir hoy, pero aún no lo saben. Estamos a punto de naufragar. Está a punto de suceder la mayor tragedia de la navegación civil de todo el Mar Mediterráneo.
De repente un ruido espantoso rompe la calma cuando el buque encalla en el Bajo de Fuera, una roca de unos doscientos metros de largo que sólo cubren tres metros de agua. Es una trampa mortal. Desde hoy se llamará también la Roca del Vapor. El impacto sobre la roca se oye incluso desde el tranquilo pueblo de Cabo de Palos, en plena siesta. Se retuercen las planchas, las calderas explotan, el buque se parte en dos y se escora hacia estribor. Por ello los botes de esa banda quedan sumergidos, y los de babor no se pueden utilizar al quedar suspendidos, por la inclinación, hacia el interior del barco. Comienza la tragedia y el caos indescriptible a bordo. Muchísimos no saben nadar, pero se tiran al agua presos del pánico. Desconocen que la proa del buque está encallada y que quedará a flote unos 15 días más antes de hundirse definitivamente, lo que podría permitir un rescate organizado con calma y tiempo. Yo, el Capitán, soy de los primeros en huir. Abandono mi buque a su suerte. Moriré dentro de ocho meses sin llegar a superar este día. En cubierta, las lonas que protegen del sol, ya mojadas, se convierten en una trampa de la que es muy difícil escapar. A bordo, el terror. No hay chalecos salvavidas para todos. Dominados por el pánico, peleas y hasta disparos y asesinatos por conseguir cualquier objeto que flote al que agarrarse. Salvar la vida desesperadamente. Agonía.
En el salvamento se vuelca todo el pueblo de Cabo de Palos. Rápidamente todos se organizan y los pescadores se juegan la vida para rescatar náufragos con sus humildes embarcaciones. La operación de rescate la dirige principalmente Vicente Buigues quien, arriesgando su vida y la de su tripulación, clava el botalón de proa de su laúd El Joven Miguel para hacer de pasarela con el Sirio, y consigue salvar a más de trescientas personas. Será condecorado con la Cruz Roja de Mérito Naval y la Medalla de Oro de la Sociedad de Salvamento de Náufragos. También será recibido en audiencia por el Rey Alfonso XIII. Una sencilla placa recuerda su hazaña en el Faro de Cabo de Palos, mirando hacia las Islas Hormigas, a sólo dos millas y media de la costa. En esa labor de rescate también existen otros héroes como son Bautista Buigues, Agustín Antolinos, José Salas, Manuel Puga, Juan Valero, Pedro Llorca y Juan Ruso. En cambio, otras grandes embarcaciones como el Marie Louise o el Poitou, pese a su proximidad, niegan el auxilio al Sirio.
En total, se rescatan unas quinientas personas. El pueblo se vuelca con todos los supervivientes conforme van llegando a puerto. Aunque nunca se conocerá el número exacto, se estima que fallecen unas quinientas personas.
Más tarde llegan los saqueos. Recordemos que la embarcación queda encallada unos 15 días antes de hundirse definitivamente. Dos meses después se recupera del fondo del mar la caja fuerte del buque. Los supervivientes aseguran que debe contener las joyas, enseres de valor y dinero depositados en su interior. Entre ellos por ejemplo, cinco mantones de Manila pertenecientes a la famosa tiple española Lola Milanés, que fallece en el naufragio. También joyas de dos arzobispos de Sao Paulo y de Pará, José de Camargo y José Marcondes, así como unos veintisiete mil francos en metálico del cónsul austríaco en Rio de Janeiro, Leopoldo Politzer. Pero curiosamente, está vacía y no parece haber sido forzada.
Actualmente el Sirio descansa partido en dos, a ambos lados del bajo de fuera, a una profundidad de entre cuarenta y setenta metros. Se pueden realizar inmersiones y bucear sobre sus restos.
Sirva este pequeño relato de homenaje para las víctimas del día más triste de Cabo de Palos, aquel fatídico 4 de agosto de 1906 a las 4 de la tarde, y de merecido reconocimiento a la labor de rescate llevada a cabo por todo el pueblo y sus heroicos pescadores.
Si quieres conocer más sobre la tragedia del Sirio, también llamado el Titanic español, tienes más información en el Centro de Interpretación de Cabo de Palos, donde podrás ver además objetos rescatados del Sirio así como una maqueta https://centrodevisitantescabodepalos.weebly.com/exposicioacuten.html
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